Saturday, September 3, 2011

Sábado 9.30 am

Después de haberme creído la idea de que vivía absolutamente sola en esta isla, en el kilómetro 4 aparecen las primeras criaturas humanas. Dos madres, aseguro que eran primerizas a juzgar por la sonrisa angelical tan temprano en la mañana, con sus infantes cuyas miradas quedan fijas en mi, en mi paso rítmico y efímero.

Un nuevo kilómetro y a 20 metros delante de mí dos cervatillos al márgen del camino: "Mejor echamos un pié, es demasiado grande, es demasiado jadeante y es demasiado inoportuno." A lo cual el otro contesta: "De acuerdo." Y huyeron de mi adentrándose en el bosque colindante. Casi les di las gracias pues no teniendo la cámara conmigo habría sido extremadamente frustrante tenerlos cerca.

Otra sonrisa jóven a pie y una sonrisa anciana con gorra en bicicleta. Una vecina paseaba al perro, que por demás se llama Yoyo. Ninguno de los dos me sonrió, pues ella hablaba por el móvil y él comía yerba.

En 8.5 km. Más todos los cuervos, urracas, gaviotas y las últimas golondrinas que siempre andan por estos lares. Los árboles se doblegan al otoño, mostrando sus primeras señales de cansancio después de un verano tan corto. El mar hoy acariciaba espasmódicamente la arena vestida de algas negras. Que soledad tan armónica, pensé.

El domingo que viene estaré corriendo a través de un camino desconocido. En vez de mar habrán viñedos y la soledad quedará rota por cientos de otros que como yo, intentan derrotar la agonía del cansancio y el paso del tiempo.

Mis kilómetros por esta isla son todoterreno. Tengo asfalto, roca de costa, sube-baja-dobla-frena, arena, gravilla, césped y tierra o fango cuando, como hoy, llueve.

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